¡Hola!; Bienvenidos a este espacio en el cual se encuentra información básica acerca de lo que es la asignatura de Ortografía, considerando la importancia de hoy en día, que es en este caso saber un poco acerca de las funciones gramaticales, en teoría los beneficios que implican el saber desarrollar las funciones gramaticales al momento de expresarse es tan relevante, de modo a que se puede llegar a interpretar de muchas maneras, en la cual es de mucha importancia saber lo que se quiere expresar para obtener los beneficios deseados en los casos que mayormente sean personales, y en profesionales es aún más importante saber cómo redactar las cosas que soliciten en el ámbito laboral, actualmente las funciones gramaticales ya no son tan funcionales, de acuerdo a que hoy en día, ya no, se siguen implementando como debería de ser, es por ello que en este espacio se creo con la finalidad de percatar un poco acerca de las funciones gramaticales que en lo personal, lo considero de mucha importancia.
Cuadro Comparativo Texto Integro: ·
Sustantivos:
Color Azul ·
Adjetivos:
Color Verde ·
Adverbios:
Color Amarillo ·
Preposiciones:
Color Rojo ·
Conjunciones:
Color Morado ·
Pronombres:
Color Gris ·
Verbos:
Color Fucsia ·
Uso
correcto de la: “b”, “v”, “ll”,” y”, ”s”, ”c”, ”Z” y “h”
El principito: Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944). I Cuando yo tenía
seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba
"Historias vividas", una magnífica
lámina. Representaba
una serpiente boa que se tragaba
a una fiera. En el libro se afirmaba:
"La serpiente boa
se traga su presa entera, sin masticarla. Luego
ya no puede moverse y duerme durante los seis meses que dura
su digestión". Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras de la jungla y a mi vez logré trazar con un lápiz de 0 colores mi primer dibujo. Mi dibujo número 1 era de esta
manera: Enseñé mi obra de arte a las
personas mayores y les pregunté si mi dibujo
les daba miedo. —¿por qué habría de asustar
un sombrero? — me respondieron. Mi dibujo no representaba
un sombrero. Representaba una serpiente boa que digiere un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas
mayores pudieran comprender. Siempre estas personas tienen necesidad de explicaciones. Mi dibujo número 2 era así: Las personas mayores
me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o
cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo
y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor. Había
quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1 y número 2. Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra
vez explicaciones. Tuve, pues, que elegir otro oficio y
aprendía pilotear
aviones. He volado un poco por todo el mundo y
la geografía, en efecto, me ha servido de mucho; al primer vistazo
podía distinguir perfectamente la China de Arizona. Esto
es muy útil, sobre todo
si se pierde uno durante
la noche. 2 a lo largo de mi vida
he tenido multitud de contactos con multitud
de gente seria. Viví mucho con personas mayores
y las he conocido
muy de cerca; pero esto no ha mejorado demasiado mi
opinión sobre ellas. Cuando me he encontrado con alguien que me
parecía un poco
lúcido, lo he sometido a la experiencia de
mi dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber
si verdaderamente era un ser comprensivo. E
invariablemente me contestaban siempre:
"Es un sombrero".
Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la selva virgen y de las
estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba
del bridge, del golf, de política y de corbatas. Y mi interlocutor se quedaba muy contento de
conocer a un hombre
tan razonable. II Vivír así, solo, nadie
con quien poder hablar
verdaderamente, hasta cuando hace
seis años tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo se había
estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni
mecánico ni
pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una reparación
difícil. Era para mí una cuestión de vida
o muerte, pues apenas tenía agua de beber para ocho días. La primera noche me dormir sobre la arena, a unas mil millas
de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando
al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía: — ¡Por favor... píntame un cordero!
—¿Eh? —¡Píntame un cordero! Me puse en pie de un salto
como herido por el
rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor. Vi
a un extraordinario muchachito que me miraba gravemente.
Ahí tienen el mejor
retrato que más tarde logré hacer de él, aunque
mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no es mía la
culpa. Las personas mayores me desanimaron
de mi carrera de pintor a la edad de seis años y no había
aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y boas abiertas. Miré, pues, aquella
aparición con los ojos redondos de admiración. No hay
que olvidar que me encontraba
a unas mil millas de distancia del lugar
habitado más
próximo. Y ahora bien,
el muchachito no me parecía ni
perdido, ni muerto
de cansancio, de hambre, de sed o de miedo. No tenía en absoluto la apariencia
de un niño perdido en
el desierto, a mil millas de distancia del
lugar habitado más próximo. Cuando logré,
por fin, articular palabra, le dije: — Pero…
¿qué haces tú por aquí? 3 Y él respondió entonces,
suavemente, como algo muy importante: —¡Por favor… píntame un cordero! Cuando
el misterio es demasiado impresionante,
es imposible desobedecer. Por absurdo que aquello
me pareciera, a mil millas de distancia de
todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué
de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma
fuente. Recordé que yo había estudiado especialmente geografía, historia, cálculo y gramática y le dije al
muchachito (ya un poco malhumorado), que no sabía dibujar. —¡No importa —me respondió—,
píntame un cordero!
Como nunca había dibujado un cordero, rehíce para él
uno de los dos únicos dibujos que yo era capaz de realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí
decir al
hombrecito: — ¡No, no! Yo
no quiero un elefante
en una serpiente. La serpiente es muy peligrosa y
el elefante ocupa mucho sitio. En mi tierra
es todo muy pequeño.
Necesito un cordero. Píntame un cordero. Dibujé un cordero. Lo miró atentamente y dijo: —¡No!
Este está ya muy enfermo. Haz otro.
Volví a dibujar. Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia. —¿Ves? Esto no es un cordero, es un
carnero. Tiene Cuernos…
Rehíce nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores. —Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo. Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a
desmontar el motor, garrapateé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y le
agregué: 4 —Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro. Con gran sorpresa mía el rostro de mi joven juez se
iluminó: —¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea
necesario mucha hierba para este cordero? —¿Por qué? —Porque en mi tierra es
todo tan pequeño… Se
inclinó hacia el dibujo y exclamó: —¡Bueno, no tan pequeño…! Está dormido… Y así fue como conocí al
principito. III
Me costó mucho
tiempo comprender de dónde venía. El principito, que me hacía muchas preguntas,
jamás parecía oír
las mías. Fueron palabras pronunciadas al azar, las que poco a poco me revelaron todo.
Así, cuando distinguió por vez primera mi avión (no dibujaré mi avión, por tratarse de
un dibujo demasiado complicado para
mí) me preguntó: —¿Qué
cosa es esa? —Eso no es una cosa. Eso vuela. Es un avión, mi avión. Me sentía orgulloso al decirle que volaba. El entonces gritó:
—¡Cómo! ¿Has caído del cielo? —Sí —le dije modestamente. —¡Ah, ¡qué curioso! Y el principito lanzó una graciosa
carcajada que me irritó mucho.
Me gusta que mis desgracias se tomen en serio. Y añadió: —Entonces ¿tú también vienes del cielo?
¿De qué planeta eres tú?
Divisé una luz en el misterio de su presencia y le pregunté
bruscamente: —¿Tu vienes, pues, de otro
planeta? Pero no me respondió; movía lentamente la cabeza mirando
detenidamente mi avión.
—Es cierto, que, encima de eso, no puedes
venir de muy lejos… Y se hundió en un ensueño
durante largo tiempo.
Luego sacando de su bolsillo
mi cordero se abismó en la contemplación de su tesoro. Imagínense
cómo me intrigó esta semiconfidencia sobre los otros planetas. Me
esforcé, pues, en saber algo más: —¿De dónde
vienes, muchachito? ¿Dónde está "tu casa"? ¿Dónde quieres llevarte
mi cordero? Después de meditar silenciosamente me
respondió: —Lo bueno de
la caja que me has dado es que por la noche le servirá de casa. —Sin
duda. Y si eres bueno
te daré también una cuerda y una estaca para atarlo durante el día. Esta proposición pareció chocar al principito. —¿Atarlo? ¡Qué idea más
rara! —Si no lo atas, se irá quién sabe dónde y se perderá… 5 Mi amigo soltó
una nueva carcajada. —¿Y dónde quieres que vaya?
—No sé, a cualquier parte. Derecho camino
adelante… Entonces el principito señaló con gravedad: —¡No importa, es tan
pequeña mi tierra! Y agregó, quizás, con un poco de melancolía: —Derecho, camino adelante… no se puede ir muy lejos. IV De
esta manera supe una segunda cosa muy
importante: su planeta de origen era apenas más grande que una casa. Esto no podía asombrarme mucho. Sabía muy bien que aparte de los grandes planetas como la Tierra, Júpiter,
Marte, Venus, a los cuales se les ha dado nombre, existen otros centenares de ellos tan pequeños a veces, que es
difícil distinguirlos aun con la ayuda del
telescopio. Cuando un astrónomo descubre uno de estos planetas, le da por
nombre un número. Le llama, por ejemplo,
"el asteroide 3251". Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el principito
era el asteroide B 612. Este asteroide ha sido visto
sólo una vez con el telescopio
en 1909, por un astrónomo turco. Este astrónomo hizo una gran
demostración de su descubrimiento en un congreso Internacional de Astronomía.
Pero nadie le creyó a causa de su manera de
vestir. Las personas mayores son así. Felizmente para
la reputación del asteroide B 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, el vestido
a la europea. Entonces el astrónomo volvió a
dar cuenta de su descubrimiento en 1920 y como lucía un traje muy elegante,
todo el mundo aceptó su demostración. Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las
personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo.
Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos
prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?" Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su
padre?" Solamente con estos detalles
creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo
rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles:
"He visto una
casa que vale cien mil
pesos". Entonces exclaman entusiasmados:
"¡Oh, ¡qué preciosa es!" De tal
manera, si les decimos: "La prueba de que el principito ha existido está
en que era un muchachito encantador, que reía y quería un cordero. Querer un
cordero es prueba de que se existe", las personas mayores se encogerán de hombros y nos dirán que somos unos niños. Pero si les decimos: "el planeta de dónde venía el
principito era el asteroide B 612", quedarán convencidas y no se
preocuparán de hacer más preguntas. Son así.
No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores. Pero nosotros, que sabemos
comprender la vida, nos burlamos tranquilamente de los números. A mí me habría gustado más comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas.
Me habría gustado decir: "Era una vez un principito que habitaba
un planeta apenas más
grande que él y que tenía necesidad de
un amigo…" Para aquellos que comprenden la vida, esto hubiera
parecido más real. Porque
no me gusta que mi libro sea tomado a la ligera. Siento tanta pena al contar estos recuerdos.
Hace ya seis años que mi amigo se fue con su
cordero. Y si intento describirlo aquí es sólo con el fin de no olvidarlo. Es muy triste olvidar a un amigo. No
todos han tenido un amigo. Y yo puedo llegar a ser como las personas mayores, que sólo
se interesan por las cifras. Para evitar esto he comprado una caja de lápices de colores. ¡Es muy
duro, a mi edad, ponerse a aprender a dibujar, cuando en toda la vida no se ha hecho otra tentativa que la de una boa abierta
y una boa cerrada a la edad de 6 seis años! Ciertamente que yo trataré de hacer retratos lo más
parecido posibles, pero no estoy muy seguro de lograrlo. Uno saldrá bien y otro
no tiene parecido alguno. En las proporciones me equivoco también un poco. Aquí el principito
es demasiado grande y allá es demasiado pequeño. Dudo también sobre el color de su traje. Titubeo sobre esto y lo
otro y unas veces sale bien y otras mal. Es posible, en fin, que me equivoque
sobre ciertos detalles muy importantes. Pero
habrá que perdonármelo ya que mi amigo no me
daba nunca muchas explicaciones. Me creía semejante a sí mismo y yo, desgraciadamente, no sé ver
un cordero a través de una caja. Es posible que yo sea un poco como las personas mayores. He debido envejecer. V
Cada día yo aprendía algo nuevo sobre el planeta, sobre la partida y sobre el viaje. Esto venía suavemente al azar de las
reflexiones. De esta manera tuve conocimiento al tercer día, del drama de los
baobabs. Fue también gracias al cordero y como preocupado por una profunda
duda, cuando el principito me preguntó: —¿Es verdad
que los corderos se comen los arbustos? —Sí,
es cierto. —¡Ah, qué contesto estoy! No
comprendí por qué era tan importante para él que los corderos se comieran los arbustos. Pero el principito añadió: —Entonces se
comen también los Baobabs. Le hice comprender al
principito que los baobabs no son arbustos, sino árboles tan grandes como iglesias y que incluso
si llevase consigo todo un rebaño de
elefantes, el rebaño no lograría acabar con
un solo baobab. Esta idea del rebaño de elefantes hizo reír al principito. —Habría que poner los elefantes unos sobre otros… Y
luego añadió juiciosamente: —Los baobabs, antes de crecer, son muy pequeñitos.
—Es cierto. Pero ¿por qué quieres que tus corderos coman los baobabs? Me contestó: "¡Bueno! ¡Vamos!" como si hablara de una evidencia. Me fue necesario un gran
esfuerzo de inteligencia para comprender por mí mismo este
problema. En efecto, en el planeta del principito había,
como en todos los planetas, hierbas buenas y
hierbas malas. Por consiguiente, de buenas semillas salían buenas hierbas y de
las semillas malas, hierbas malas. Pero las
semillas son invisibles; duermen en el secreto de la tierra, hasta que un buen día una de ellas tiene la fantasía de
despertarse. Entonces se alarga extendiendo hacia
el sol, primero tímidamente, una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de
una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar que crezca como quiera.
Pero si se trata de una mala hierba, es
preciso arrancarla inmediatamente en cuanto uno ha sabido reconocerla. En el
planeta del principito había semillas terribles… como las semillas del baobab. El suelo del planeta está
infestado de ellas. Si
un baobab no se arranca a tiempo, no hay manera de desembarazarse de él más tarde; cubre todo el planeta y lo
perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño y los baobabs son numerosos, lo hacen estallar. "Es una cuestión de disciplina, me
decía más tarde el principito. Cuando por la mañana uno termina de arreglarse,
hay que hacer
cuidadosamente la limpieza del planeta. Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs,
cuando se les distingue de los rosales, a los cuales se parecen mucho cuando son
pequeñitos. Es un trabajo
muy fastidioso pero muy fácil". 7 y un día me aconsejó que me dedicara a realizar un hermoso dibujo, que hiciera
comprender a los niños
de la tierra estas ideas. "Si alguna vez viajan, me
decía, esto podrá servirles mucho.
A veces no hay inconveniente en dejar para más
tarde el trabajo que
se ha de hacer; pero tratándose de baobabs,
el retraso es siempre una catástrofe. Yo he conocido un planeta, habitado por un perezoso que
descuidó tres arbustos…" Siguiendo las
indicaciones del principito, dibujé dicho planeta. Aunque no me gusta el papel de moralista,
el peligro de los baobabs es tan desconocido y los peligros que puede correr
quien llegue a perderse en un asteroide son
tan grandes, que no
vacilo en hacer una excepción y exclamar: "¡Niños, atención a los baobabs!" Y sólo con el fin de advertir a mis amigos
de estos peligros a que se exponen desde hace ya tiempo sin saberlo,
es por lo que trabajé y puse tanto empeño en realizar este dibujo. La lección que con él podía dar, valía la pena. Es
muy posible que alguien me pregunte por qué no hay en este libro otros dibujos
tan grandiosos como el dibujo de los baobabs. La respuesta es muy sencilla: he tratado de hacerlos,
pero no lo he logrado. Cuando dibujé los baobabs estaba animado por un
sentimiento de urgencia. REFERENCIAS EN GENERAL: - · EXUPÉRY, A. D. S. (2003, 1 de noviembre). El principito. Recuperado de http://www.agirregabiria.net/g/sylvainaitor/principito.pdf
A)1. Punto seguido 2. Punto y aparte 3. La coma
Con color rojo el uso correcto de la
coma (al menos 20 ejemplos)
Con color azul el uso correcto
del punto y la coma (al menos 8 ejemplos)
Con color verde el uso correcto del paréntesis (al menos 8 ejemplos) Libro: Don Quijote de la Mancha. Capitulo
I. “Que trata de la condición y
ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha” En un
lugar de la Mancha, de
cuyo nombre no quiero acordarme,
no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de
su hacienda. El resto de ella concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana, (se honraba con su vellorí de lo más fino). Tenía en su casa una ama
que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza
que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro
hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir
que tenía el sobrenombre de (Quijada), o (Quesada), que en esto hay alguna
diferencia en los autores que este caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles II se deja
entender que se llamaba (Quijana) III. Pero esto importa poco
a nuestro cuento: basta que en la narración del no se salga un punto de la
verdad. Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso
—que eran los más del año—,
se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la
administración de su hacienda;
y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura
para comprar libros de caballerías en que IV leer, y,
así, llevó a su casa
todos cuantos pudo haber de los;
y, de todos, ningunos le
parecían tan bien V como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su
prosa y aquellas entrizadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer
aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón
que a mi razón se hace,
de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra hermosura». Y también cuando
leía: (Los altos cielos que de
vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen
merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza...). Con estas razones perdía
el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el
sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si
resucitara para solo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba
y recibía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen
curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y
señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la
promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar
la pluma y dalle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo
hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no
se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre doctor,
graduado en Sigüenza), sobre
cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; más maese Nicolás, barbero
del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si
alguno se le podía comparar era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque
tenía muy acomodada condición para todo, que no era caballero melindroso, ni
tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga. B)Una infografía donde se expliquen con ejemplos las palabras: 1. Agudas 2. Graves 3. Esdrújulas 4. Sobresdrújulas |
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